Estábamos desnudos con las almas extendidas, con nuestro corazón
ancho y liberado; mirando hacia el horizonte justo al pie de la cornisa listo
para saltar… Como ave recién nacida que sacude sus alas y apretuja sus entrañas
espero ansioso observando el vacío, abrazando el infinito y entregando mi vida a
la caída; a ese vuelo espontáneo y extendido que define nuestro viaje y reitera
el motivo. Con sus alas nuevas, aun trémulas y flamantes le canta al horizonte,
como quien ora a Dios antes de entregar la vida y transformar su destino y su
verdad.
Horizonte insaciable, Existencia efímera y tenaz que nos impulsa
a saltar aun cuando en el alma no se han formado nuestras alas, aun cuando en el
viento se avecinan las tormentas y se redimen las promesas. El cielo grita sus
secretos onerosos y protestas de los amantes desdeñados; como el corazón
exclama por sus amores extraviados y sus caricias definitivas y desgarradoras.
Es el barullo de las nubes el que revela todos esos íntimos momentos
que te han robado el aliento y se han hecho con un pedazo de tu alma y de tu tiempo.
Agazapado entre los muslos de la eternidad, diluido entre los nimbos que ahora
se avecinan vaticinando una salvaje tormenta, como si el destino quisiera
probar las nuevas alas forjadas en el crisol de tu alma; donde se forjan tus
sueños más profundos y tus deseos más intensos; como lo hizo aquel huracán que
mientras te azotaba y te arrojaba; te miraba fijamente con su ojo de cristal y mientras:
te abrazaba con sus hoscos nubarrones y su lluvia torrencial.
Es el amanecer de las tormentas, el regreso del ciclón, el
retumbo del trueno, la emancipación del torbellino; donde el alma se volvió suspiro
y tus sueños: se han mezclado con la lluvia embelleciendo al infinito y lavando
tu propio corazón hasta dejarlo diáfano y extenso, preparado para el vuelo.
Tino Carrera 11.04.2021
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