viernes, 27 de febrero de 2015

El Origen




Girando en el torbellino, impetuoso vórtice de fantasías y deseos encontrados,
a destajos deshabitados, a partículas de mí mismo, como huesos molidos que alimentan mi distancia, que despiertan esa sed que no se acaba, a sorbos de vida y espacio. Espesos, salvajes. Torneando mi voz y mis venas.
Cae el silencio como una daga en migajas, como un lunar que siempre estuvo ahí, que siempre estará aquí. Violento caudal de sueños que se lleva el todo a la nada y la nada a ese todo que se transforma en silueta, en abismo, en sombra.
Golpeando al cielo con mis espinas, lamiendo el viento con esa mirada que traspasa, alterando mi propia simetría, guardando al mundo en las costuras del infinito.

Espectro volátil que se esconde tras los destajos de la ausencia, ausencia profana, divergente que retoma nuevas huestes y realidades extranjeras empapadas de distancia. Rompiendo espacios, retomando salvajes latitudes, penetrando la carne, al mundo, a mí mismo.

Solamente es un hálito profano, escondido, ermitaño, un brebaje, una secreción, un lamento sin nombre ni sentido, un movimiento extremo hacia los confines de mi mismo Hurgándome, mordiéndome, extraviándome y hallándome al mismo tiempo, convirtiéndome en demonio, en ángel, en vuelo. Espesándome a cada aliento.

Cae el eco exorbitante desde los bordes de mi horizonte, a caudales lentos, despeñándose en su curso hacia el mar, hacia su áspero océano. Batiente sin ruido, trémulo y perdido.
Veo la noche extensa, lúbrica y un estallido saliendo de mis labios, risas, llanto, alaridos despoblados, gemidos que persuaden a mi boca y a mi pecho renaciendo en la alcoba.
Soñando con el corazón en vuelo, amando con cada fibra de mis sueños,
Observando con cada ver de mi mirada que te ve y no dice nada solo sangra.

Veo nubes, veo estrellas, veo lunas y a mi sentado en una de ellas, erguido como león en celo, oliendo, buscando lamiendo mis garras y mis momentos, veo estirpe, navajas y labios de hembra, y ese sabor metálico y carmesí que embriaga mi sangre, veo lechos húmedos, veo viajantes donde viaja un ermitaño,
Veo los espejismos silenciosos, y veo el origen de mi reflejo, de mi resonancia,
como una membrana atroz levantado  con su fuerza mis parpados. Estoy temblando mientras abro los ojos y el corazón en un vuelco se detiene.

...Y entonces, el estallido:

Una explosión voraz, un alarido púrpura de huestes vastas y exilias, un desprendimiento del pecho, el corazón y sus latidos, entre muslos sigilosos como espigas que se apartan ante esa corriente invencible y diáfana, que nos recorre, que nos aparta y nos apiña.

Yo existo entre el trueno de los versos,
existo, sacudido, entre hálitos y aullidos desvanecido por los bordes de este abismo que se escribe así mismo, papel, vuelo y luego precipicio.

Estoy volando, cayendo, con la mitad de mí destejándose en el cielo y la otra mitad, dispersándose en el suelo. Vagabundo entre dos mundos ¿o es uno? Es que soy yo el que se encuentra dividido y es así como existo, dividido, extranjero, vagabundo.

Cierro los ojos y me cubro el alma que en un destello se me escapa, la veo caer entre quimeras, entre una niebla quemante que se pega, y cuanto lucho en atraparla que al final es ella quien se queda con mí ser,
conteniéndolo  como huracán en un retiro, como cascada gritando al sol que no se seca. Torrente de luz que se origina en el crepúsculo de la existencia.

Veo caer en sueño turbio, me veo a mí vagabundeando entre disturbios, lamiendo la noche y sus tormentas, cortejando a la vida desde su inicio hasta su fin que soy yo mismo.


                                                               


<KiRvA>

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